Aurora López Güeto, escritora y profesora de Derecho Romano de la Universidad Pablo de Olavide, presenta en Fundación Cajasol su último libro titulado “La casa de la Piedad”, acompañada de Marisa González Peralias, escritora en el blog Lecturápolis.
“La casa de la piedad” se trata de una obra contextualizada en Roma, en el año 9 d.C. Las protagonistas, Antonia y Marcela, se verán envueltas en varios conflictos relacionados con asuntos familiares, fruto de la muerte de Antonia, hija, esposa y madre de prestigiosos políticos. Marcela por su parte, luchará por defender la última voluntad y el honor de Antonia y de su propia familia, con la ayuda de sus fieles Paulo y Aulo Sentio, y de las sacerdotisas y devotas de Bona Dea, enfrentándose a todos aquellos que han conducido a Antonia a su repentino y trágico final.
A lo largo de la novela, el lector se encuentra con claras referencias mitológicas y la vez históricas y políticas de una Roma gobernada por el emperador César Augusto (27 a.C. – 14 d.C.). Augusto fue el primer gran emperador romano y tal y como ha reconocido la autora “Augusto se encontró una ciudad de madera y barro y levantó una ciudad de mármol. Embelleció al menos lo que era, la parte más céntrica y la parte más lucida.”
En la novela, se alude a algunos de los elementos simbólicos más importantes de la cultura romana como es el mundus es decir, “el pozo que abre al mundo del más allá. Entonces los romanos tenían la idea de que los fallecidos vivían en un mundo subterráneo y que determinados días al año salían por ese pozo. Levantaban la losa, lo abrían, todo el mundo se refugiaba en sus casas porque sabían que ese día todos los muertos vagaban por Roma”.
Los ritos funerarios, tenían en la cultura romana una especial importancia, señalaba Aurora López que “muchas veces los romanos iban a visitar a sus parientes y hacían agujeros en el suelo al lado de las tumbas y por ahí vertían los líquidos y comida porque entendían que a los muertos había que tratarlos lo mejor posible porque el día que se abriera ese pozo, como no estuvieran contentos, ya te causa todo el tipo de desgracias. Era un pueblo muy supersticioso”.
Otro de los elementos representativos de la tradición mitológica romana recogidos en la novela son las vestales, es decir, unas sacerdotisas que, tal y como ha explicado a la autora “pasan 30 años dedicadas al culto a la diosa Vesta, van vestidas de blanco, ocupan los mejores sitios en el teatro y en todas las recepciones. Se las respeta, se les deja paso en la calle y tienen muchos privilegios incluso jurídicos, más privilegios que cualquier mujer. Esos 30 años han de guardar castidad, no se pueden casar y están sometidas a unas disciplinas extrema. Tienen que cuidar que la llama de la diosa esté encendida si la llama se apaga, las castigan”.